jueves, 18 de junio de 2015

el muerto

El muerto
Jorge Luis Borges
Que un hombre del suburbio de Buenos Aires, que un triste compadrito sin más virtud que la infatuación del coraje, se interne en los desiertos ecuestres de la frontera del Brasil y llegue a capitán de contrabandistas, parece de antemano imposible. A quienes lo entienden así, quiero contarles el destino de Benjamin Otálora, de quien acaso no perdura un recuerdo en el barrio de Balvanera y que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul. Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados, he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil.
Benjamín Otálora cuenta, hacia 1891, diecinueve años. Es un mocetón de frente mezquina, de sinceros ojos claros, de reciedumbre vasca; una puñalada feliz le ha revelado que es un hombre valiente; no lo inquieta la muerte de su contrario, tampoco la inmediata necesidad de huir de la República. El caudillo de la parroquia le da una carta para un tal Azevedo Bandeira, del Uruguay. Otálora se embarca, la travesía es tormentosa y crujiente; al otro día, vaga por las calles de Montevideo, con inconfesada y tal vez ignorada tristeza. No da con Azevedo Bandeira; hacia la medianoche, en un almacén del Paso del Molino, asiste a un altercado entre unos troperos. Un cuchillo relumbra; Otálora no sabe de qué lado está la razón, pero lo atrae el puro sabor del peligro, como a otros la baraja o la música. Para, en el entrevero, una puñalada baja que un peón le tira a un hombre de galera oscura y de poncho. Éste, después, resulta ser Azevedo Bandeira. (Otálora, al saberlo, rompe la carta, porque prefiere debérselo todo a sí mismo.) Azevedo Bandeira da, aunque fornido, la injustificable impresión de ser contrahecho; en su rostro, siempre demasiado cercano, están el judío, el negro y el indio; en su empaque, el mono y el tigre; la cicatriz que le atraviesa la cara es un adorno más, como el negro bigote cerdoso.
Proyección o error del alcohol, el altercado cesa con la misma rapidez con que se produjo. Otálora bebe con los troperos y luego los acompaña a una farra y luego a un caserón en la Ciudad Vieja, ya con el sol bien alto. En el último patio, que es de tierra, los hombres tienden su recado para dormir. Oscuramente, Otálora compara esa noche con la anterior; ahora ya pisa tierra firme, entre amigos. Lo inquieta algún remordimiento, eso sí, de no extrañar a Buenos Aires. Duerme hasta la oración, cuando lo despierta el paisano que agredió, borracho, a Bandeira. (Otálora recuerda que ese hombre ha compartido con los otros la noche de tumulto y de júbilo y que Bandeira lo sentó a su derecha y lo obligó a seguir bebiendo.) El hombre le dice que el patrón lo manda buscar. En una suerte de escritorio que da al zaguán (Otálora nunca ha visto un zaguán con puertas laterales) está esperándolo Azevedo Bandeira, con una clara y desdeñosa mujer de pelo colorado. Bandeira lo pondera, le ofrece una copa de caña, le repite que le está pareciendo un hombre animoso, le propone ir al Norte con los demás a traer una tropa. Otálora acepta; hacia la madrugada están en camino, rumbo a Tacuarembó.
Empieza entonces para Otálora una vida distinta, una vida de vastos amaneceres y de jornadas que tienen el olor del caballo. Esa vida es nueva para él, y a veces atroz, pero ya está en su sangre, porque lo mismo que los hombres de otras naciones veneran y presienten el mar, así nosotros (también el hombre que entreteje estos símbolos) ansiamos la llanura inagotable que resuena bajo los cascos. Otálora se ha criado en los barrios del carrero y del cuarteador; antes de un año se hace gaucho. Aprende a jinetear, a entropillar la hacienda, a carnear, a manejar el lazo que sujeta y las boleadoras que tumban, a resistir el sueño, las tormentas, las heladas y el sol, a arrear con el silbido y el grito. Sólo una vez, durante ese tiempo de aprendizaje, ve a Azevedo Bandeira, pero lo tiene muy presente, porque ser hombre de Bandeira es ser considerado y temido, y porque, ante cualquier hombrada, los gauchos dicen que Bandeira lo hace mejor. Alguien opina que Bandeira nació del otro lado del Cuareim, en Rio Grande do Sul; eso, que debería rebajarlo, oscuramente lo enriquece de selvas populosas, de ciénagas, de inextricable y casi infinitas distancias. Gradualmente, Otálora entiende que los negocios de Bandeira son múltiples y que el principal es el contrabando. Ser tropero es ser un sirviente; Otálora se propone ascender a contrabandista. Dos de los compañeros, una noche, cruzarán la frontera para volver con unas partidas de caña; Otálora provoca a uno de ellos, lo hiere y toma su lugar. Lo mueve la ambición y también una oscura fidelidad. Que el hombre (piensa) acabe por entender que yo valgo más que todos sus orientales juntos.
Otro año pasa antes que Otálora regrese a Montevideo. Recorren las orillas, la ciudad (que a Otálora le parece muy grande); llegan a casa del patrón; los hombres tienden los recados en el último patio. Pasan los días y Otálora no ha visto a Bandeira. Dicen, con temor, que está enfermo; un moreno suele subir a su dormitorio con la caldera y con el mate. Una tarde, le encomiendan a Otálora esa tarea. Éste se siente vagamente humillado, pero satisfecho también.
El dormitorio es desmantelado y oscuro. Hay un balcón que mira al poniente, hay una larga mesa con un resplandeciente desorden de taleros, de arreadores, de cintos, de armas de fuego y de armas blancas, hay un remoto espejo que tiene la luna empañada. Bandeira yace boca arriba; sueña y se queja; una vehemencia de sol último lo define. El vasto lecho blanco parece disminuirlo y oscurecerlo; Otálora nota las canas, la fatiga, la flojedad, las grietas de los años. Lo subleva que los esté mandando ese viejo. Piensa que un golpe bastaría para dar cuenta de él. En eso, ve en el espejo que alguien ha entrado. Es la mujer de pelo rojo; está a medio vestir y descalza y lo observa con fría curiosidad. Bandeira se incorpora; mientras habla de cosas de la campaña y despacha mate tras mate, sus dedos juegan con las trenzas de la mujer. Al fin, le da licencia a Otálora para irse.
Días después, les llega la orden de ir al Norte. Arriban a una estancia perdida, que está como en cualquier lugar de la interminable llanura. Ni árboles ni un arroyo la alegran, el primer sol y el último la golpean. Hay corrales de piedra para la hacienda, que es guampuda y menesterosa. El Suspiro se llama ese pobre establecimiento.
Otálora oye en rueda de peones que Bandeira no tardará en llegar de Montevideo. Pregunta por qué; alguien aclara que hay un forastero agauchado que está queriendo mandar demasiado. Otálora comprende que es una broma, pero le halaga que esa broma ya sea posible. Averigua, después, que Bandeira se ha enemistado con uno de los jefes políticos y que éste le ha retirado su apoyo. Le gusta esa noticia.
Llegan cajones de armas largas; llegan una jarra y una palangana de plata para el aposento de la mujer; llegan cortinas de intrincado damasco; llega de las cuchillas, una mañana, un jinete sombrío, de barba cerrada y de poncho. Se llama Ulpiano Suárez y es el capanga o guardaespaldas de Azevedo Bandeira. Habla muy poco y de una manera abrasilerada. Otálora no sabe si atribuir su reserva a hostilidad, a desdén o a mera barbarie. Sabe, eso sí, que para el plan que está maquinando tiene que ganar su amistad.
Entra después en el destino de Benjamín Otálora un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo Bandeira y que luce apero chapeado y carona con bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia el muchacho, que llega también a desear, con deseo rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos de un hombre que él aspira a destruir.
Aquí la historia se complica y se ahonda. Azevedo Bandeira es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar al interlocutor gradualmente, combinando veras y burlas; Otálora resuelve aplicar ese método ambiguo a la dura tarea que se propone. Resuelve suplantar, lentamente, a Azevedo Bandeira. Logra, en jornadas de peligro común, la amistad de Suárez. Le confía su plan; Suárez le promete su ayuda. Muchas cosas van aconteciendo después, de las que sé unas pocas. Otálora no obedece a Bandeira; da en olvidar, en corregir, en invertir sus órdenes. El universo parece conspirar con él y apresura los hechos. Un mediodía, ocurre en campos de Tacuarembó un tiroteo con gente riograndense; Otálora usurpa el lugar de Bandeira y manda a los orientales. Le atraviesa el hombro una bala, pero esa tarde Otálora regresa al Suspiro en el colorado del jefe y esa tarde unas gotas de su sangre manchan la piel de tigre y esa noche duerme con la mujer de pelo reluciente. Otras versiones cambian el orden de estos hechos y niegan que hayan ocurrido en un solo día.
Bandeira, sin embargo, siempre es nominalmente el jefe. Da órdenes que no se ejecutan; Benjamín Otálora no lo toca, por una mezcla de rutina y de lástima.
La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894. Esa noche, los hombres del Suspiro comen cordero recién carneado y beben un alcohol pendenciero. Alguien infinitamente rasguea una trabajosa milonga. En la cabecera de la mesa, Otálora, borracho, erige exultación sobre exultación, júbilo sobre júbilo; esa torre de vértigo es un símbolo de su irresistible destino. Bandeira, taciturno entre los que gritan, deja que fluya clamorosa la noche. Cuando las doce campanadas resuenan, se levanta como quien recuerda una obligación. Se levanta y golpea con suavidad a la puerta de la mujer. Ésta le abre en seguida, como si esperara el llamado. Sale a medio vestir y descalza. Con una voz que se afemina y se arrastra, el jefe le ordena:

-Ya que vos y el porteño se quieren tanto, ahora mismo le vas a dar un beso a vista de todos.
Agrega una circunstancia brutal. La mujer quiere resistir, pero dos hombres la han tomado del brazo y la echan sobre Otálora. Arrasada en lágrimas, le besa la cara y el pecho. Ulpiano Suárez ha empuñado el revólver. Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
Suárez, casi con desdén, hace fuego.

viaje a la semilla

                                                       viaje a la semilla


Un cementerio, el ambiente es como todos los de este tipo: tumbas que no reciben la visita de sus parientes hace mucho tiempo, no hay flores, las estatuas lucen anticuadas y bastantes desgastadas. 

De un momento a otro, un ventarrón comienza a mover las cosas, todo empieza a rejuvenecer, las estatuas recobran su esplendor, las hojas del suelo recobran su lugar. De pronto nos encontramoos en una casa en donde se está velando el cuerpo de Don Marcial, Marqués de Capellanías. Como por arte de magia, un botón invisible es activado y don Marcial recobra la vida. 

Al levanterse, todas las personas se sorprenden al ver lo que está ocurriendo y luego se retiran oprque ya no tienen nada que hacer en ese lugar. Incluso el notario que se había apersonado para ver lo de la herencia se fue ya que don Marcial estaba vivo. 

 Los días pasaban y el sintió como su cuerpo iba sufriendo cambios; desaparecieron las arrugas de la frente, su papada y las patas de gallo tambien se esfumaron. Sintió en un momento la necesidad de una mujer, su cuerpo lo pedía. Por fortuna, su esposa al enterarse de que estaba vivo regresó a la casa conyugal y los días siguientes pasaron ardientes momentos de intimidad. 

Días después, en algún momento, se encontraron frente a un cura con trajes de novios y el sacerdote los “descasó” y podían ir y vivir felices cada uno por su lado. Salieron de la iglesia y cada quien se fue hacia su hogar. 

Él seguía visitando a su esposa en la casa de los padres de ella. Poco a poco las visitas fueron siendo menos seguidas hasta que ya no se vieron. Regresó al colegio y para su sorpresa comenzó a olvidarse todo lo que había aprendido en todos esos años, los conocimientos de física, matemáticas, todo se fue de su memorio. Salía a pasear con otras chicas y con sus amigos. 

 Un día sintió los deseos de jugar con juguetes para niños, no se explicaba po qué , pero así lo sentía. Se dio cuenta de que los muebles de la casa empezaban a crecer y los iba observando cada vez desde abajo para arriba. 

Otro día quiso caminar y se cayó, al querer incorporarse no podía hacerlo, lo único que le quedaba era gatear. Se trató de comunicar con los que lo rodeaban y no podía porque nadie le entendía lo que balbuceaba. 

Él no se exlicaba por qué. De imprevisto se encontró en los brazos de una mujer que le hacía muchos mimos y caricias. Finalmente apareció en el útero de esta mujer y de pronto desapareció.

miércoles, 17 de junio de 2015

Obra de arte

La obra de arte
La última cena es una pintura mural original de Leonardo da Vinci ejecutada entre 1495 y 1497, se encuentra en la pared sobre la que se pintó originariamente, en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie en Milán (Italia).La pintura fue elaborada, para su patrón, el duque Ludovico Sforza de Milán. No es un fresco tradicional, sino un mural ejecutado al temple y óleo sobre dos capas de preparación de yeso extendidas sobre enlucido. Mide 460 cm de alto por 880 cm de ancho. Muchos expertos e historiadores del arte, consideran a La última cena como una de las mejores obras pictóricas del mundo.
Última Cena - Da Vinci 5.jpgArtista: Leonardo da Vinci
Ubicación: Santa María delle Grazie
Fecha de creación: 1495–1498
Técnica: Gesso, Almáciga, Pintura al temple, Brea
Géneros: Arte cristiano, Pintura de historia
Períodos: Renacimiento italiano, Alto Renacimiento, Renacimiento
Arte es todo hacer humano que ha llegado a un perfeccionamiento consumado y  por  lo tanto produce obras perfectas por eso Leonardo da vinci utilizó diferentes técnicas para poder crear esta hermosa obra de arte las técnicas fueron el gesso, almaciga, la pintura al temple y la brea.
Esta arte es una arte útil porque se encarga de producir un objeto que es un medio para llegar a un fin específico pero una obra de arte no es un medio al servicio del perfeccionamiento del hombre, Ni tampoco ella misma un perfeccionamiento del hombre
La inspiración es el punto de partida, luego viene el trabajo, da vinci se basó en el trabajo del periodo de renacimiento italiano, Alto Renacimiento, Renacimiento. El artista ya saliendo del estado anterior busca las notas dadas en la realidad o en la experiencia de él, en las invención y en la intuición .
En el arte no hay reglas, solamente la obras son individuales e irrepetibles en todo caso se puede haber  una inspiración artística. Esta obra fue creada en los años 1495–1498, la creación es la puesta en obra de la belleza, y la belleza es la relación de lo existente o revelación de lo que se está velando.
El artista es el ser privilegiado, que es capaz de captar y manifestar la realidad en la obra.



La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada; Gabriel García Márquez


Eréndira es una chica de 14 años, que vive con su abuela en una enorme mansión extraviada en la soledad del desierto.
La niña cansada de sus labores realizadas, puso el candelabro en la mesa y se durmió. Poco después, el viento de su desgracia volcó el candelabro contra las cortinas.
La joven ha causado un incendio y la casa ha sido totalmente destruida. Por lo cual la abuela le obliga que le pague todo y la lleva a prostituirse con todos los hombres del pueblo.
Posteriormente ella conoce a Ulises de quien se enamora, el cual hace todo para estar con ella incluso el llegar a cometer un homicidio.

fuente: el rincon del vago

viernes, 12 de junio de 2015

obra de arte jugadores de cartas

Los Jugadores De Cartas

Jugadores de cartas


Durante la década de 1890, Cézanne, pintó una serie de cuadros con la temática de los jugadores de cartas, siendo este lienzo el más famoso de la serie. Los protagonistas de las telas son los campesinos de Aix y el jardinero Vallier del Jas de Bouffan, una residencia veraniega que adquirió el padre del pintor Paul Cézanne y que éste recibió después en herencia.
Las fuentes de inspiración empleadas por Cézanne fueron los jugadores de cartas pintados por Le Nain y Chardin.
Las dos figuras se sientan a ambos lados de una pequeña mesa sobre la que apoyan los codos. Una alta botella nos da paso hacia la cristalera del fondo, por la que se intuye un abocetado paisaje. Los dos hombres están concentrados en el juego, interesándose el maestro en captar sus expresiones, y se presentan tocados con sendos sombreros típicos de las clases sociales humildes de la Provenza. El espectador se convierte en uno de los frecuentes observadores que contemplan estas partidas en las tabernas, al situarnos el maestro en un plano cercano a la escena y no hacer apenas referencias espaciales. La iluminación artificial se manifiesta en las sombras, especialmente en el reflejo blanco de la botella.
El hombre de la derecha viste una chaqueta de tonalidades grises amarillentas que tiene su continuidad en el pantalón de su compañero, vestido éste con una chaqueta de tonalidades malvas que se mezclan con diversos colores. El fondo se obtiene gracias a una mezcla de tonos aunque abunden los rojizos, en sintonía con la mesa y el mantel. La aplicación del color se realiza a base de fluidas pinceladas que conforman facetas.
A diferencia del impresionismo del que Cézanne parte, prima el volumen y la forma sobre la luz, obteniendo ese volumen gracias al color en estado puro. De esta manera, el objetivo del maestro provenzal -conseguir que el impresionismo sea un arte duradero- se ha alcanzado.


ARTE: es todo hacer humano que ha llegado a un perfeccionamiento y por lo tanto produce obras perfectas, por eso Cézanne utilizo diferentes técnicas para poder crear esta obra de arte.

Autor: Paul Cézanne
Fecha: 1890-95
Museo: Museo de Orsay
Características: 47 x 57 cm
Estilo: Neo-Impresionismo
Material: Óleo sobre lienzo

Este arte es un arte útil porque se encarga de producir un objeto que es un medio para llegar a un fin especifico, una obra de arte no es un medio al servicio del perfeccionamiento del hombre, ni tampoco ella misma un perfeccionamiento del hombre.
La inspiración es el punto de partida, luego viene el trabajo, las fuentes de inspiración empleadas por Cézanne fueron los jugadores de cartas pintados por Le Nain y Chardin.
El artista ya saliendo del estado anterior busca las notas dadas en la realidad o en la experiencia de él, en la invención y en la intuición.
En el arte no hay reglas, solamente las obras son individuales e irrepetibles, en todo caso  puede haber una inspiración artística.
Esta obra fue creada en el año 1890-1895, la creación es la puesta en obra de la belleza y la belleza es la relación de lo existente o revelación de lo que se está velando.

El artista es el ser privilegiado, quien es capaz de captar y manifestar la realidad en la obra.